Niebla que se esconde a las puertas de Granada.
Qué ingrato el relámpago, el frío entre los
árboles,
el plomo en las miradas de tantas lágrimas,
que nunca podrán borrar ni la historia ni el tiempo.
Notas en clave de Sol, luego, silencio en el alma.
Se hizo viejo el piano, sus manos calladas,
tan cerca de los limoneros bañados por espejos
rotos.
Duelen las voces por las calles y las gargantas
bajo la sensible tierra de los almendros,
con todas las lunas ancladas en el cielo de su boca,
se licencian limpios los deseos y las tarantas
hasta llegar exhaustas a su pecho nacarado,
al corazón de un romántico muerto de amor.
Hierbabuena y suspiros a las puertas de Granada.
Ya llegan los gitanos con anillos blancos,
junto a la fragua tornean cobres y cantos,
mientras, sobre yunques, golpean las madrugadas,
saben que en una soleá, un niño los mira
mira,
un niño los está mirando desde el otro lado.
Toda la sangre derramada en coplas de oro,
recitan versos los poetas llorando por los trigales,
llorando, llorando por las esquinas del miedo,
porque ya sonaron los disparos, ya sonaron.
Botas negras de muerte a las puertas de Granada.
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