La puerta de Elvira flanquea el turbante.
La pica en el yelmo, a la cincha: alfanje;
con su corcel blanco de polvo de luna
y la tez cetrina, color de aceituna.
La mirada torva y torvo el perfil.
Diez leguas al frente serpea el Genil.
Se viste la Vega sus galas de Abril;
La tarde le trae aroma a romero
y yende en el anca la espuela de acero.
Resbalan sollozos desde el Albayzín.
Recuerda a su abuelo, de niño, en la alhama,
contándole historias de bellas sultanas,
y la casa blanca, su padre en la huerta;
su madre en el patio -abierta la puerta-
regando con agua de aljibe el jazmín.
Detrás languidecen al sol de poniente
pendones tintados con lunas de Oriente
que enciman las torres, otrora radiantes;
las nieves cimeras de luz deslumbrante,
los últimos rayos del Sol Nazarí.
Dejó Yusufiyya hace treinta inviernos,
bebió su cultura y ocupó gobiernos;
prestó sus servicios al antiguo Emir
con mando en la guardia de Genna al-Aarif;
conoció del Reino todo su esplendor.
Hoy huestes católicas asolan Granada,
solo las enfrenta Medinat al Hamra.
Infieles e infames los reyes cristianos
ocultan el hacha y ofrecen la mano
que estrecha, impasible, el Sultán traidor.
"¿Te importó tu pueblo, ayer respetado,
que, al alba, despierta aterrorizado?.
!Maldigo tus nombres cien mil veces mil...
Muhámmad, Abd Al-lâh... maldito Boabdil!.
!Prefiero la muerte a vivir sin honor!.
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Ya no verá nunca la acequia dorada
ni oirán sus oídos la estrofa encantada
que entona, a la tarde, el agua en el patio;
ciego sordo y mudo quedará el Palacio
los días venideros de cruces y horror.
..
La brisa del río le mece el turbante,
la luz del ocaso flamea en su alfanje,
recuerda la Vega sus sones guerreros,
salpica la sangre en la espuela de acero
y se tiñe el campo de ardiente carmín
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