Llega la noche de una oscuridad de ciegos,
te busco, pero no te encuentro.
Entonces me acuesto por coger el sueño, de la única forma
que aún yo te veo. Te hablo y yo misma me contesto,
pues de ti no siento ni siquiera un resuello.
Entonces con ¿quién hablo? ¿Sola? o quizás con el viento
que me sacude el rostro en forma de lamento.
Que me recuerda que tú, ya estás muerto,
pero mi yo se revela a creerlo, que tu cuerpo esté en el cementerio,
y tu conocimiento, y tu anhelo de saber, y el amor que me juraste eterno.
Todo se fue contigo, y te llevaste mis besos,
pero quiero que sepas, que te sigo queriendo.
Y tus palabras de amor: ¿a dónde fueron?
Quizás aún me las digas en silencio.
Un silencio frío y sordo que me recorre el cuerpo
cuando todavía pienso lo que fue todo el tiempo.
Un amor profundo, limpio y sincero, que a pesar del tiempo
que tú ya no estás, apuesto por ello.
Por eso, cuando llega la noche, una luz te enciendo
que ilumina tu rostro que sigo queriendo.
Y miro tus ojos, y tus labios carnosos;
inmóviles están hasta el fin de los tiempos.
Ya me voy a la cama, que ya tengo sueño,
¿o serán las ganas de verte de nuevo?
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