Había una vez, en su verde Reino
del prado, un prestigioso Coleóptero, afamado pelotillero y contumaz en los
negocios.
Vivía en esta pradera la vaca Facunda. Pasta
las hierbas astures, rumia y requeterrumia boñigueando.
Un día, muy temprano, nuestro
protagonista se dispuso afanoso a su tarea, redondear la pelotilla de estiércol
más grande nunca vista.
-
La venderé a pedacitos. –se decía-.
Desde el camino cercano, gordo y
torpón, puso atención el sapo Ramiro, viejo en linaje, algo bizco, mas,
sorprendido por la vasta canica de estiércol, se acercó lo imposible. Su cuerna
topaba con la boñiga, pero Coleóptero, endolarmismado, no reparó en la
presencia de un predador tan hambruno.
Y en un instante, un momento
macabro ¡Zas!.
Ramiro, el sapo cornudo, lanzó su
ventosa
y todo acabó para el avaro
pelotudo.
-
Miseria de vida. – decían los tábanos picones-.
La vaca Facunda ni se
inmutó. Yacía en las hierbas ajena a la estampa. Con su pezuña trasera la pelotilla allanó.
-
No somos nada. –decían las moscas,
que van a lo suyo, sortear el
balanceo rabudo.
Y con esta brevedad de fábula,
algo se aprenda.
Las cosas tienen su medida,
a las burbujas y al avaro, como
al cerdo,
también les llega la hora.
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