¿Envidiabas el vuelo de las
aves,
o sólo pretendías
desvelar horizontes, ser
pavesa
en torbellinos de humo
arrebatada?
Soñaste un paraíso,
y
lo quisiste hallar libando el néctar
de las flores prohibidas o secretas.
Una mecha de pólvora,
prendida
con fuego de mechero,
desenfrenó corceles por tus
venas
antes de que la noche te
llevara,
en su luna de nieve,
a inciertas dimensiones sin
oteros.
Tu sangre se hizo lava.
No admitías
que los sueños se extinguen y
buscaste
reavivar las cenizas,
iluminar los huecos de tus
sombras,
con el febril embrujo de la
llama.
A tu cuerpo revuelven
tempestades
de vapores y niebla.
Cada ola
que se estrella en la carne
te va hundiendo
un poco más los pies en el
pantano
donde habitan los monstruos
que te hostigan
y punzan con sus picos en tu
alma.
Espuelas te forjaron
artificios
de
efervescentes alas.
A caballo volaste por abismos
o cumbres, y tan alto
que perdiste la ruta de tu
vuelo.
Ícaro aventurero, en la
jungla
de múltiples cristales te
metiste
buscando los enigmas de la
luz,
ignotos universos
donde sigues perdido entre
bruma
de polvo níveo…
El fuego
de algún encendedor tiembla en tu mano.
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