He llegado para despedirme del plural.
Detenido frente a la ventana
de la que hasta ayer fue mi casa,
mirando hacia el interior
observo los muebles, los cuadros,
la alfombra acumulando horas
y las paredes, cansadas y frías.
Se han marchitado las palabras;
la morada se enfrenta a un silencio pesado,
mortal, sin carácter, sin afecto.
Todos los libros, ciegos, han enmudecido.
Los cercos se han ajado forzosamente,
limitando a las puertas sin esperanzas,
atascando el tiempo en un conflicto
desilusionado de años, humedades, sombras
y telas de araña limpias de quimeras.
Le doy la espalda a los recuerdos
y antes de llamar distancia a la vivienda,
han cubierto el camino las espigas
con dientes de amargura en la conciencia,
y un campo de amapolas en el olvido.
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