Despierto por las noches tristemente,
con gotas de sangre en mi espalda,
no hay pasado, ni presente,
tan sólo el fuego abrasador en mis
entrañas.
Es increíble que se acepte vivir
de una forma tan marchita
que nos hunde en las garras de la
muerte.
Despertemos de esta asfixia tan corrupta
que arrasa nuestros sueños, nuestras
mentes,
llevándonos al olvido y la malicia,
arrancando a dentelladas nuestra fuerza,
la ilusión, el futuro, la vergüenza.
¡Ya qué importa! si en el horizonte se
vislumbra
dolor, oscuridad e indolencia.
Marchemos juntos, sin lamentos,
peleando y defendiendo nuestra meta,
que el pueblo no es consciente de su
suerte,
y lo que puede conseguir con sus proezas.
Somos el hálito, la fuente, el grano, la
aceituna,
la pureza, el manantial que fluye
lentamente,
pero que arrasa con bravura si le
cercas.
Somos la savia de la tierra, el arte, la
cultura,
la urna, el voto, la grandeza.
Somos la sal y la pimienta de la
historia,
que forja grandes mitos y leyendas.
Sin el pueblo, ¡ay sin el pueblo! ¿qué
es la vida?
Un lugar de amargura y de tristeza.